De Moaña a Madrid.

La cosa ya empezó un poco torcida desde el momento en que me echaron de mi cuna a las cinco y media de la mañana, y yo venga a buscar el sol y él venga que a esconderse y que nadie fue capaz de explicarme dónde se había metido.

Luego me sientan en el huevito y haalaaa!!!, kilóooometros sin fin, y alguno pretendía no parar hasta Madrid y cambiarme los pañales sobre la marcha…y lo pequeñita que soy y tanto tiempo sentada, que al llegar a Madrid me tuvieron que volver a pintar la raya del culito, que se me había borrado, (aparte de que el culito perdió su condición esférica a cambio de una más plana).

En el hotel me suben a una piscina en el tejado y me meten en agua helada, que yo no sabía que el agua podía estar tan fría y que salí de allí tiritando.

Luego me llevan a una reunión con mis amiguitos, (de esto contaré luego un poquito más); y yo venga a esforzarme a portarme bien y sonreír a todo el mundo. Me porté estupendamente, que no soy yo tanto de sonreír a desconocidos, que normalmente solo me río cuando el chiste es bueno.

De vuelta al hotel a pasar noche, el aire acondicionado enfriaba demasiado y el ruido que hacía no dejaba dormir; por encima me metieron en una cuna de plástico que se plegaba sola conmigo dentro.

………

Pretendían que me tragase todo eso y a dormir como una niña buena…jeje.

En la madrugada monté un concierto de canto típico gallego como nunca había montado, fue espectacular: como los grandes rockeros que acaban de tocar y regresan para dar un par de bises y vuelven a cantar un par de veces, así hice yo, que una es toda una profesional. Creo que todos los vecinos del hotel se quedaron encantados con la exhibición de folklore gallego.

Teníais que ver las caras de cariño de las personas que se cruzaron con nosotros por la mañana en el hotel.